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El mal es la codicia

Los que creemos en que el género humano es mortal y como tal la consecuencia de haber Ansianacido es morir, no llegamos a comprender por qué debemos de pasar penurias durante
nuestra existencia. Por eso algunos toman conciencia y luchan para que en este mundo en el que estamos sea más apacible, y no en la miserable vida en que vive la inmensa mayoría.
Qué distintos de aquellos otros que incluso se dicen creyentes en el más allá, y dicen cumplir con los preceptos de sus religiones, esos que durante corta existencia se dedican, como en el ajedrez, exponer a sus peones a los que explotan, humillan y destruyen su existencia, tratándolos como tal en lugar de seres humanos, en contra de su credo, están cegados por la codicia del dinero para conseguir poder, cuando ambas cosas no pueden llevarse tras su muerte, ni las necesitan en el paraíso en el que creen. Pero a diferencia de los peones, están unidos en contra de todos aquellos que supongan un peligro o una ínfima parte de su verdadero dios, don dinero, y prefieren repartir algo entre sus alfiles, torres y caballos 1. La descripción de estas figuras coincide con los distintos tipos de políticos actuales, esos lacayos que se encuentran distribuidos en las distintas áreas y tareas de gobierno de una nación.
La codicia del ser humano es innata, fue sinónimo en muchos casos de la victoria y gloria del triunfo personal, pero deja de ser el espejo individual cuando se torna en humillación, explotación y desprecio hacia la mayoría. Porque ganar y ser lo más rico posible no significa nada cuando se pierde conciencia colectiva. No debemos de entregarnos a la codicia en el sentido de la execrable práctica de poseer por poseer, defendamos el beneficio colectivo por encima del individual. Está en nuestras manos, cuidémonos de los predicadores políticos, falsos profetas abogados de la individualidad y partidarios del liberalismo económico, los alfiles, torres y caballos de unos pocos que desean controlar la economía mundial, su verdadero paraíso, y contrario a sus creencias religiosas a las que se aferran como guía de comportamiento.
La conciencia colectiva nos pertenece y tenemos la posibilidad de hacer historia destruyendo ese tablero de ajedrez que se encuentra en la misma zona geográfica que antaño, los peones debemos de convertirnos en los nuevos «comunards» para construir una sociedad diferente, igual a aquel movimiento salvajemente aniquilado por las bayonetas prusianas del II Reich en 1871, incluso llegó a liberar 40.000 presos para reprimir a los insurrectos de París ante la pasividad de los gobernantes franceses, esa minoría de alfiles, torres y caballos miembros principalmente de la burguesía industrial y financiera, así como de la Iglesia católica, solo les preocupaba salvar su patrimonio y privilegios, entregando su país a la codicia del imperialismo de entonces. Hoy hacen lo mismo los nuevos alfiles, torres y caballos, rindiendo pleitesía a la Dictadura Financiera escudándose en la ideología denominada neo-liberal, y con la mira puesta por el futuro beneficio de las puertas giratorias. Dictadura que se vale de un ejército menos numeroso y sin armas de fuego, pero más letal para un país, un ejército compuesto por un puñado de hombres conocidos como: los hombres de negro.
Cada vez es más necesaria la unidad de los nuevos «comunards» para tornar la codicia Colectividadpersonal en colectiva y llevar a buen término lo que pretendieron aquellos cuando establecieron las bases de una sociedad mejor e igualitaria, implantando una democracia directa y de auto-organización que garantizaban los derechos fundamentales en educación, sanidad, vivienda, justicia, trabajo digno, contra la discriminación de la mujer…, y no lograron culminar.
Porque, «todo pueblo se ha hallado muchas veces en el curso de ayer ante difíciles encrucijadas en las que ha podido elegir su camino a su libre albedrío. El individualismo puede conducir a la anarquía o puede ser un impulso creador si se logra transmutar en individual emulación y en fuerza selectiva y se destila de él lo que en él hay de confianza en la propia acción de cada uno y de espíritu de empresa, transformando nuestras flaquezas en virtudes promisorias 2».

1.-  Disculpas al autor de la cita por no recordarle.
2.-  C. Sanchez-Albornoz, Edhasa 1973, página XVIII

 

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